Prometieron dinamitarlo todo.
Decían venir a terminar con los privilegios, con los arreglos, con los nombres de siempre. Iban, según sus propias palabras, contra “la casta política parasitaria”.
Pero bastó otro cierre de listas para que la verdad estalle:
La casta no solo no se fue.
La casta está adentro.
En las listas de La Libertad Avanza conviven desde kirchneristas reciclados hasta punteros provinciales, y toda una impresentable fauna política que hace años vive, precisamente, de lo mismo que Milei decía venir a destruir.
El resultado es grotesco: un gobierno que se autodefine antisistema, pero necesita del sistema para sostenerse. Que se presenta como «la nueva política», pero que apela a los mismos métodos, a los mismos nombres, a los mismos pactos de siempre. Que grita “¡casta!” a los cuatro vientos, mientras arma listas con lo peor de ella.
¿Dónde quedó la coherencia?
¿Dónde el voto “antiestablishment”?
¿Dónde el contrato con la ciudadanía que creyó, ingenuamente o desesperadamente, que este gobierno venía a terminar con el pasado?
Lo que se ve hoy es otra cosa. Es un oficialismo atravesado por internas, dominado por una lógica de poder puramente personalista, que reparte cargos como premios a la obediencia. Que abre la puerta a cualquier oportunista mientras cierre filas. Y que, como tantas veces en la historia argentina, termina pareciéndose demasiado a lo que vino a combatir.
La palabra “casta” se convirtió en un slogan vacío.
Una bandera que se agita para la tribuna, pero que se guarda cuando hay que firmar decretos o cerrar alianzas.
Una excusa para perseguir adversarios, mientras se premia a los amigos.
Una estafa semántica.
El problema no es solo la incoherencia.
El problema es el cinismo.
Porque si todo es casta, nada lo es.
Y si decís estar contra la casta, pero gobernás con ella, entonces el problema no es sólo la casta.
