El antisemitismo no es nuevo. No es una moda pasajera ni un exabrupto aislado. Es una de las formas más persistentes y versátiles del odio humano. Se adapta. Cambia de idioma, de estética, de excusa. A veces se disfraza de antisionismo, otras de crítica cultural o de preocupación humanitaria. Pero detrás del maquillaje, late siempre lo mismo: la necesidad de señalar a un judío como culpable.
En tiempos de crisis, cuando las certezas tambalean y las sociedades se polarizan, el antisemitismo se reactiva como un virus latente. Resurge en graffiti anónimos, en comentarios soltados “en broma”, en campañas digitales disfrazadas de justicia, en discursos públicos que huelen a viejo pero se viralizan como nuevos.
Hoy el odio se ha profesionalizado. Tiene cuentas con millones de seguidores, influencers que recitan argumentos mil veces refutados y medios dispuestos a amplificar todo lo que garantice clics. Se blanquea desde universidades, se disimula en ONG, se exporta en comunicados diplomáticos. Y lo más preocupante: ya ni necesita nombrar a los judíos para sembrar antisemitismo. Basta con las insinuaciones. Las miradas cómplices. Las preguntas “inocentes”.
Los que se hacen los sorprendidos nunca estuvieron atentos. El antisemitismo no vuelve: nunca se fue. Solo encontró nuevas formas de colarse en la conversación pública. No hay una línea de tiempo clara entre la banalización del odio y su institucionalización. Todo empieza cuando dejamos pasar la primera frase, el primer tuit, la primera caricatura.
El desafío, entonces, no es solo denunciar. Es también comprender que el antisemitismo no vive en los márgenes: hoy camina por el centro, con corbata o con kefia, según la ocasión. Se disfraza de causa, de empatía, de progresismo. Y por eso, duele más. Porque ya no viene con cruces quemadas ni brazaletes: ahora se sube a paneles de TV, a festivales culturales, a asambleas estudiantiles.
Luchar contra el antisemitismo no es una cruzada identitaria. Es una defensa elemental de la democracia. Porque donde el odio contra los judíos se tolera, tarde o temprano se expande. Y cuando lo que se pone en duda no es lo que alguien hace, sino lo que alguien es, ya no estamos discutiendo ideas.
Levantar la voz contra el antisemitismo es defender una frontera. Porque cuando esa frontera cae, ya no hay minoría segura, ni democracia que resista. Hoy nos toca a los judíos. Mañana, a vos.

Exelente nota , fácil de entender y es como decís , el antisemitismo nunca se fue , siempre existió , lamentablemente