Hay formas burdas de disfrazar el odio. Una de ellas es el humor. Otra, la desinformación. Pero cuando ambas se combinan, como ocurrió ayer en Radio Pop, con Elizabeth «La Negra» Vernaci como vocera de la infamia, lo que se produce no es un chiste, sino una expresión violenta, cobarde y profundamente peligrosa.
En su programa, con un sketch que pretendía ser gracioso, Vernaci escupió sin pudor su antisemitismo: se habló de “plata para los judíos” y no para otros, se mencionaron estereotipos y todo a partir de una mentira que hacen circular hace días ciertos círculos pseudo progresistas y conspiranoicos, la de supuestos subsidios del Estado argentino para ciudadanos israelíes. Claro, jamás aclaró que lo que existe es un convenio de reciprocidad jubilatoria entre Argentina e Israel, como los que también rigen con Bélgica, Chile, España, Italia y decenas de otros países. No hay privilegios. No hay «plata para los judíos». Hay desinformación deliberada y una narrativa milenaria que encuentra nuevas bocas desde donde hablar.
Lo más aberrante no fue el tono del sketch, que fue infame, sino el fondo del mensaje: esa insinuación tan antigua como el antisemitismo mismo de que los judíos reciben beneficios a costa del resto, que hay plata para ellos pero no para vos. La misma idea que alimentó pogroms, expulsiones, atentados y exterminios a lo largo de la historia. Y ahora, desde un estudio de radio, se recicla con el cinismo de quien cree que todo puede ser justificado si se dice entre risas.
Porque Vernaci no estaba haciendo un análisis político, ni una crítica a la política previsional del Estado. Estaba usando su micrófono para estigmatizar a una minoría, para confundir a la audiencia y reforzar prejuicios. ¿Y por qué lo hace? Porque es fácil, porque da rating, porque disfrazar la xenofobia de rebeldía cool vende mejor que tomarse cinco minutos para leer una resolución administrativa, pero por sobre todo porque es una antisemita recalcitrante.
No es un caso aislado. Es parte de un clima más amplio, donde la ingeniería del caos también necesita de estos “empujones culturales”: el odio que se filtra disfrazado de chiste, el prejuicio que se instala como tendencia, la mentira que se repite hasta que parece verdad. Hay quienes creen que desviar el foco de los verdaderos responsables del colapso argentino, la casta política que robó durante años, el modelo que fundió al país, puede lograrse señalando minorías. Ya lo hicieron antes. Ahora lo repiten con otros códigos.
En tiempos de crisis, el antisemitismo reaparece como un viejo reflejo. Lo vimos en redes, lo vemos en marchas, y ahora también en radios. Frente a eso, no alcanza con indignarse: hay que señalarlo, explicarlo, combatirlo, hay que denunciarlo. No es libertad de expresión. No es humor. Es odio.
Y no se combate con silencios. Se combate con verdad.
