El Congreso argentino está roto. No por falta de recursos ni por problemas edilicios. Está roto desde adentro, por la calidad, o la falta de ella, de quienes lo integran. Hoy quedó en claro una vez más con el escándalo obsceno protagonizado por otras dos libertarias, Lilia Lemoine y Marcela Pagano. Si quedaba alguna duda, sus comportamientos confirman que muchos legisladores de La Libertad Avanza parecen haber sido elegidos por Milei en el casting de un boliche a las cuatro de la mañana.
¿Qué pasó? ¿Un cruce por diferencias ideológicas? ¿Un debate acalorado sobre el rumbo económico? No. Fue, más bien, un cabaret berreta, digno de panel de chimentos, pero protagonizado por legisladoras nacionales.
Alguna vez Diego Latorre, en sus tiempos de jugador de Boca, usó el término «cabaret»para describir el caos interno de un vestuario con egos desatados y operaciones cruzadas en los medios. Casi tres décadas después, el término calza perfecto para describir lo que pasó esta semana con las parlamentarias libertarias.
Pagano y Lemoine, ambas llegadas a la cámara de diputados por el espacio de Javier Milei, protagonizaron una pelea que incluye gritos, amenazas, acusaciones de traición, y hasta rumores de filtraciones personales. Y así, mientras el Congreso se convierte en una extensión de Twitter, la democracia se vacía. El debate político se reduce a peleas personales, y la representación se transforma en espectáculo.
No es un caso aislado. Es un síntoma. El Congreso está lleno de personajes que no entienden dónde están ni qué tienen que hacer. Y que usan su banca como trampolín personal, mientras legislan, cuando legislan, sin preparación, sin rigor y sin vergüenza.
No se trata de pedir solemnidad impostada. Se trata de exigir seriedad. Porque esto no es un programa de televisión. Es el lugar donde se define el rumbo de un país.
De verdad: ¿en un país donde millones no llegan a fin de mes, tenemos que presenciar esta patética pelea entre dos diputadas impresentables que cobran fortunas para legislar? Estas representantes usan el Congreso como escenario personal. No trabajan para la gente, trabajan para su ego. Para el algoritmo. Para su propio show.
Y si esto es lo que Milei llama “dinamitar la casta”, entonces que alguien revise el manual, porque el Congreso no está quedando más limpio: está quedando lleno de escombros.
