Hay golpes que no hacen ruido. Que no suenan como cañonazos ni se anuncian con tanques. Hay otros que se cuecen a fuego lento, disfrazados de legalidad, envueltos en ropajes democráticos, pero con la misma ambición de siempre: recuperar el poder a cualquier precio, incluso a costa de la institucionalidad.
El kirchnerismo entendió, tras su larga permanencia en el poder, que ya no necesita fusiles para condicionar a un gobierno. Le alcanza con legisladores militantes, gobernadores obedientes, gremios dóciles y una maquinaria de comunicación dispuesta a horadar todos los días la legitimidad presidencial. No se trata de una resistencia. Se trata de un plan.
La desestabilización no es un acto aislado. Es una estrategia de desgaste. Lo vimos con De la Rúa, lo repitieron con Macri y lo intentan ahora con Milei: empujar al gobierno de turno a una crisis, y luego aparecer como salvadores de una catástrofe que ellos mismos provocaron. El relato es siempre el mismo: «el pueblo sufre», «la democracia está en peligro», «la derecha hambrea». Pero detrás de esas consignas hay una jugada más profunda: el retorno del kirchnerismo como necesidad histórica.
La puesta en escena se completa con actos vacíos, firmas simbólicas y amenazas veladas desde el Congreso que aparecen en el momento justo. Todo parece espontáneo, pero no lo es. Todo parece democrático, pero no lo es. Porque el golpismo kirchnerista no busca cuidar a la república, sino volver a dominarla.
En este clima, cualquier gesto de autoridad presidencial es pintado como autoritarismo, mientras que los intentos de sabotaje son presentados como gestas heroicas. Se invierten los roles, se manipulan los sentidos, se teatraliza la democracia.
No quieren elecciones, quieren revancha. No quieren diálogo, quieren sometimiento. No les interesa la gobernabilidad, porque el caos es su zona de confort. Y cuanto más incierto sea el futuro, más posibilidades creen tener de volver.
En definitiva, el verdadero riesgo para la democracia no está en las medidas impopulares de un presidente. Está en aquellos que, desde las sombras, se niegan a aceptar que la Argentina ya no les pertenece. El kirchnerismo, que alguna vez fue gobierno, hoy se comporta como una fuerza golpista. No con armas, pero sí con una convicción alarmante: si no gobiernan, prefieren que no gobierne nadie.

Demuestran su esencia, cada vez con más énfasis, TERRORISTAS en toda su amplitud.
En Espana, la izquierda actúa igual. Exactamente igual.
Solo buscan el control de la sociedad, no el bien para los ciudadanos.
Para ello, dominan -entre muchos más partes de la sociedad- buena parte de los medios de comunicación (odian X porque no lo controlan), para dominar el relato.
No son demócratas ni defienden la libertad.
Todo lo q escribe Lerer es de excelencia
Todo lo q escribe Lerer es de excelencia