EL PERIODISMO “SENSIBLE” CÓMPLICE DEL TERRORISMO

En estos días, varios medios internacionales, y algunos periodistas que llevan el título de “corresponsales” como si fuera un escudo, salieron, casi con aire de descubrimiento, a “revelar” que Hamás roba ayuda humanitaria en Gaza. Como si hubiesen desenterrado un secreto de Estado. Como si fuera un hallazgo fruto de una investigación exhaustiva y no una verdad sabida desde el primer día de la guerra.

Durante más de dos años, esas mismas redacciones no encontraron el tiempo, la voluntad o el valor para contar lo que cualquiera que siguiera mínimamente el conflicto ya sabía: que la ayuda humanitaria no llegaba a la gente común porque Hamás la acaparaba para sus milicianos, sus túneles y su maquinaria de terror. No era difícil de saber. No hacía falta infiltrarse en Gaza ni arriesgar la vida. Bastaba con contrastar fuentes, escuchar testimonios y dejar de creer que todos los comunicados con membrete de la ONU o de las ONG eran palabra santa.

Pero no. Durante dos años, el periodismo “serio” miró para otro lado. Y no sólo eso: mientras callaban sobre el robo de alimentos y medicinas, amplificaban sin pudor la maquinaria propagandística de Hamás. Compraban y vendían titulares sobre una “hambruna” que no resistía el menor chequeo serio. Difundían cifras inventadas, fotos sacadas de contexto, videos actuados… todo sin hacer lo que deberían hacer: su trabajo.

Tampoco contaron todo lo demás que sabían: que Hamás usa escuelas, jardines de infantes, hospitales y mezquitas como bases de operaciones; que terroristas se disfrazan de periodistas para no ser detectados; que asesinan a civiles gazatíes que se les oponen; que ocultan misiles y explosivos en casas y habitaciones de niños; que utilizan a la población como escudos humanos; y que hay protestas casi diarias de los propios gazatíes contra las organizaciones terroristas, silenciadas para no incomodar el relato. Todo eso fue cuidadosamente omitido de la narrativa “humanitaria” que eligieron vender.

Y lo más grave no es solo la mentira, sino su impacto. Porque cada vez que un periodista decide omitir un hecho o replicar una versión falsa, no sólo traiciona a su audiencia: alimenta el relato de una organización terrorista que usa el sufrimiento de su propia gente como arma de guerra. El silencio ante el robo de ayuda y la histeria amplificada ante la “falsa hambruna” no fueron errores inocentes. Fueron decisiones editoriales con consecuencias políticas, diplomáticas y, sobre todo, humanas.

El periodismo tiene un deber básico: verificar antes de publicar. No repetir como loros la narrativa de una organización terrorista. No subordinar la verdad a la conveniencia política o ideológica. Pero en este caso, demasiados eligieron ser voceros indirectos de Hamás antes que periodistas.

Ahora que, por alguna razón, resulta “seguro” decir lo obvio, se suben al carro del descubrimiento tardío. Como si su silencio previo no hubiese tenido consecuencias. Como si no hubieran contribuido a instalar un relato que buscaba, y en parte logró, demonizar a Israel y blanquear a Hamás.

La pregunta no es por qué tardaron dos años en contarlo. La pregunta es: ¿cuántas otras verdades incómodas están callando hoy, mientras nos venden las mentiras de mañana?

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