Europa fue, durante siglos, el corazón de la civilización occidental. Cuna del humanismo, de la Ilustración, de la ciencia moderna, de las libertades políticas y de un sistema de valores que moldeó buena parte del mundo. Sin embargo, en las últimas décadas, ese mismo continente parece haber perdido la brújula, cediendo terreno, cultural, político y social, a un proceso de islamización tan profundo como acelerado.
No se trata de religión contra religión, ni de etnias o razas. Se trata de una batalla por valores. El fundamentalismo islámico, que combina una interpretación extrema del islam con una estrategia global de terror, se alza hoy como una de las amenazas más graves para la paz mundial y para los principios que Occidente dice defender: democracia, igualdad ante la ley, derechos humanos, libertad de expresión, etc.
Lo que al principio parecían “casos aislados” en barrios de Bruselas, Marsella, Malmö o Birmingham, hoy son enclaves donde la ley europea es letra muerta y la sharía marca el ritmo. Hay zonas donde la policía no entra, donde las mujeres deben cubrirse para evitar agresiones, donde la homosexualidad es perseguida y donde la blasfemia se paga cara.
Este fenómeno no conoce fronteras. Es un movimiento transnacional que se infiltra utilizando herramientas modernas: redes sociales, financiamiento clandestino, predicadores radicales y, sí, flujos migratorios sin control. Los ataques en Francia, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Canadá y Estados Unidos nos recuerdan que ningún rincón del mundo libre es inmune.
El error de Europa ha sido la complacencia en casa, tolerando mezquitas financiadas por regímenes que promueven el extremismo y permitiendo que el multiculturalismo degenerara en relativismo moral. En nombre de “no ser intolerantes” se ha tolerado lo intolerable.
La lucha contra el fundamentalismo islámico exige una respuesta firme y multifacética:
- Defensas internas: control estricto del financiamiento a organizaciones radicales, vigilancia sobre la predicación extremista y programas de integración que exijan, no sugieran, la adaptación a los valores democráticos.
- Unidad internacional: sancionar a los países que apoyen directa o indirectamente al terrorismo y reforzar alianzas con naciones que compartan los principios de libertad.
- Defensa de principios: la libertad de expresión, la igualdad de género y los derechos humanos no son negociables. Cada concesión es una victoria para los fundamentalistas.
Y, sobre todo, ganar la batalla cultural. El radicalismo ofrece una narrativa simple a los descontentos; Occidente debe contrarrestarla con un mensaje claro: democracia y derechos humanos son el camino hacia la dignidad y la prosperidad. Esto implica apoyar a los líderes musulmanes moderados que defienden esos valores y aislar a quienes usan la religión como arma de odio.
La historia demuestra que las civilizaciones no siempre caen por invasiones externas; muchas veces mueren desde adentro, por rendirse sin pelear. Europa y Occidente todavía están a tiempo, pero cada día de silencio y concesión acerca más el momento en que despertar será demasiado tarde.

Es una descripción exacta de los procesos históricos, porque la historia es cíclica y siempre se repite aunque cambien los actores.
“….En nombre de “no ser intolerantes” se ha tolerado lo intolerable….“ Nunca mejor dicho!! Excelente Dani cómo siempre!!! Si Europa y el mundo occidental todo!! no despierta y reacciona con rapidez.. será carcomido desde sus entradas.
Es importante desarrollar la batalla cultural que se oponga a las ideas extremas contra los valores occidentales.
Rafael Arcos Rendón.
Quito, Ecuador.
EUROPA ESTA PERDIDA LAMENTABLEMENTE!!!!!!!!!!!!