FORMOSA ES VENEZUELA: EL EXPERIMENTO TOTALITARIO QUE AVANZA EN SILENCIO

Mientras la Argentina discute de inflación, figuritas de poder y TikTok presidencial, hay un rincón del país que se parece cada vez menos a una provincia y cada vez más a una dictadura caribeña. Formosa, el territorio donde Gildo Insfrán gobierna desde hace 30 años, ya no es una excepción democrática: es una señal de alarma encendida, una postal distorsionada del chavismo criollo que nadie quiere mirar de frente.

Allí, la democracia es una fachada, una puesta en escena meticulosamente orquestada para legitimar lo que en los hechos es un régimen autoritario. Elecciones que siempre gana el mismo. Poder Judicial subordinado. Prensa amordazada. Oposición perseguida. Ciudadanía domesticada por el clientelismo más crudo. Es una réplica en miniatura del modelo venezolano: control total, institucionalidad vaciada y un relato de “justicia social” que esconde la perpetuación del poder.

Lo más inquietante es que no se trata de una comparación exagerada. Insfrán no solo gobierna sin alternancia desde 1995, sino que avanza ahora con una posible reforma constitucional que le permitiría eternizarse. ¿Les suena? Lo hizo Chávez. Lo repitió Maduro. El libreto es el mismo, solo cambia el acento.

Y como en toda dictadura en cámara lenta, el poder se garantiza mediante dos pilares fundamentales: miedo y necesidad. Formosa es una de las provincias más pobres del país, con más del 70% de su economía sostenida por el Estado. La mayoría de sus ciudadanos depende del empleo público o de los planes sociales. ¿Cómo votar en libertad si el plato de comida depende del puntero? ¿Cómo rebelarse cuando cada intendente, cada juez, cada policía responde a la misma estructura vertical de poder?

La represión no es explícita todos los días, pero está ahí, latente, como advertencia. Lo vimos con crudeza durante la pandemia, cuando se denunciaron centros de aislamiento compulsivo, detenciones arbitrarias y periodistas perseguidos por mostrar la realidad. Nadie pidió por Formosa en los organismos internacionales. Nadie alzó la voz con verdadera contundencia. Era solo una provincia del norte. Era “lejos”.

Pero la distancia no justifica la indiferencia. Si hay un territorio argentino donde la democracia ha sido vaciada de contenido, es Formosa. Y el silencio cómplice, de los gobiernos nacionales, de la oposición tibia, del periodismo cómodo, solo envalentona al régimen. Cada vez que alguien mira para otro lado, Insfrán gana una cuota más de impunidad.

No es exagerado decir que Formosa es Venezuela. Lo es en su matriz autoritaria, en su desprecio por las instituciones, en su lógica de poder absoluto disfrazado de federalismo. Pero también lo es como advertencia. Porque lo que se naturaliza en una provincia puede replicarse en otras. Y lo que hoy parece una rareza, mañana puede volverse regla.

Si de verdad queremos defender la democracia, no alcanza con indignarse con Maduro desde la comodidad de Twitter. Hay que mirar hacia el norte argentino y animarse a decirlo con todas las letras: Formosa no es un modelo de inclusión. Es un simulacro de país. Y si seguimos tolerándolo, el problema no será solo Gildo Insfrán. El problema seremos nosotros. Formosa debe ser intervenida.

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