IRÁN JUGADO Y SIN FICHAS

Irán lleva décadas construyendo poder a través de la creación y financiamiento de proxys. Organizaciones, partidos o grupos armados que, bajo distintas máscaras, cumplen siempre la misma función: extender la influencia de Teherán más allá de sus fronteras. Esa red le permitió a la República Islámica tener peso en conflictos que parecían lejanos, condicionar gobiernos y sostener un discurso de resistencia frente a Occidente.

Pero esa maquinaria, que alguna vez lució implacable, hoy muestra un desgaste evidente. Hamás, su proxy más fuerte en Gaza, atraviesa la peor crisis de su historia tras el ataque del 7 de octubre y la devastadora respuesta israelí. Hezbolláh, que durante años fue el emblema de la “resistencia” en Líbano, se encuentra debilitado militar, política y económicamente, también producto del poderío de Israel, con una sociedad libanesa harta de que su futuro esté atado a la agenda iraní. Y ahora, en un terreno muy distinto, Bolivia: un gobierno que había sido funcional al esquema iraní en la región acaba de sufrir un derrumbe electoral que erosiona otra pieza clave del tablero.

A todo esto se suma un hecho que Teherán nunca había tenido que enfrentar de manera tan directa: la paliza militar que le dio Israel en el último enfrentamiento abierto. En pocas horas, el mito de la invulnerabilidad iraní quedó desarmado ante los ojos del mundo. No solo sus proxys, sino el propio régimen, evidenció limitaciones estratégicas que minan su pretendido liderazgo regional.

El caso de Bolivia es paradigmático. El MAS, que durante años cultivó relaciones con Irán y hasta con grupos ligados al terrorismo islámico, ya no tiene la fuerza electoral de antaño. Y si se quiebra el vínculo político que le daba a Teherán una puerta en el corazón de Sudamérica, la estrategia iraní quedará todavía más acotada.

Hoy Irán enfrenta un escenario que no había calculado: su poder delegado se erosiona simultáneamente en Medio Oriente y en América Latina. La pregunta es cuánto tiempo más podrá sostener un esquema que depende de aliados en crisis permanente. El mito del “eje de resistencia” empieza a mostrar que, sin proxys sólidos, Irán no es más que un gigante aislado, atrincherado en su propio territorio.

Y la caída no terminó: después de Hamás, Hezbolláh y Bolivia, todo indica que el próximo dominó podría estar mucho más cerca de lo que creen. Venezuela, otro de los grandes socios de Teherán en la región, ya exhibe síntomas de agotamiento que anticipan lo inevitable: tarde o temprano, también ese proxy se derrumbará.

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