Israel no es solo un lugar en el mapa. Es un latido constante. Una vibración que se siente apenas uno pisa el suelo del aeropuerto Ben Gurión y escucha esa mezcla inconfundible de hebreo, inglés, ruso, árabe y decenas de acentos más. Es el único país donde la historia y la modernidad chocan todos los días… y de ese choque nacen chispas que iluminan y, a veces, queman.
En pocos kilómetros, Israel condensa más contradicciones que muchos continentes: una nación joven con raíces milenarias; un polo tecnológico que al mismo tiempo detiene su ritmo en Shabat; un ejército de excelencia que convive con una vida cultural desbordante; un país que vive en permanente alerta, pero que se toma el tiempo para bailar, para discutir y para soñar.
Aquí no hay espacio para la indiferencia. Israel exige tomar posición. La geopolítica no es un tema lejano: se escucha en la radio del taxi, se comenta en el café, se vive en las sirenas de alerta. Pero al mismo tiempo, es imposible no quedar fascinado por la capacidad de su gente de seguir adelante, de reinventarse después de cada crisis, de encontrar motivos para celebrar incluso en medio de la incertidumbre. La resiliencia de Israel y del pueblo judío es majestuosa.
Caminar por Jerusalén es recorrer miles y miles de años de historia en una tarde. Tel Aviv, en cambio, late con la velocidad de Silicon Valley y la energía de una ciudad que sabe que la vida es frágil y que cada noche vale la pena vivirla como si fuera la última. En el Negev, el desierto florece gracias a la innovación agrícola. En Haifa, judíos y árabes trabajan codo a codo en laboratorios y fábricas. Y en cada rincón, late la idea de que estar aquí es mucho más que una decisión: es una declaración.
Israel es un país que no pide permiso para existir. Y eso, para algunos, es un problema. Pero para quienes entienden su historia y su realidad, es un milagro cotidiano. Un milagro imperfecto, complejo, lleno de tensiones… pero también de belleza, de esperanza y de una resiliencia que no se explica, se siente.
Vivir, aunque sea por unos días, en Israel, es entender que la gente aquí valora la vida y la seguridad como en pocos lugares del mundo.
Israel no duerme. Porque sabe que no puede. Y porque, incluso en la oscuridad, hay demasiadas luces encendidas como para cerrar los ojos.

ISRAEL no pide permiso para EXISTIR. Aceptar e dejar. No hay medios terminos! Excelente trabajo Dani.