En política, los relatos muchas veces funcionan como un filtro de Instagram: no muestran la realidad, la distorsionan. Eso mismo está ocurriendo con Axel Kicillof. El peor gobernador de la provincia de Buenos Aires, el mismo que hundió a millones de bonaerenses en la inseguridad y el deterioro social, ahora aparece retratado como un dirigente moderado, equilibrado y hasta presidenciable. El truco es sencillo: basta con que ciertos periodistas lo maquillen hasta convertirlo en un supuesto salvador.
El mecanismo es tan evidente como descarado. Los problemas estructurales, las escuelas en ruinas, los hospitales sin insumos, las rutas destrozadas, la avanzada narco, desaparecen debajo de un retoque cosmético que muestra a un Kicillof “dialoguista”, con “visión de futuro” y “estilo propio”. El mismo que jamás construyó consensos ni enfrentó a las mafias bonaerenses, ahora es presentado como un estadista que piensa en grande.
Ese Photoshop mediático no solo oculta su fracaso: lo reinventa. Es el salto mágico de la ruina a la épica, del villano al superhéroe. La operación es clara: mientras la provincia sigue siendo ingobernable, Kicillof es empaquetado como el hombre que puede salvar a la Argentina. Una ilusión peligrosa que, si no se desnuda, terminará condicionando el futuro político del país.
Pero la realidad no se edita. Axel Kicillof no es el héroe que nos quieren vender, ni el salvador que necesita la Argentina. Es el mismo nefasto personaje que todos conocemos, y ningún retoque periodístico puede ocultarlo.
El maquillaje podrá engañar a algunos, pero la verdad siempre termina apareciendo: detrás del Photoshop periodístico, Kicillof sigue siendo el peor gobernador de la provincia de Buenos Aires, y su legado de desastre en la gestión, incluyendo YPF, no se borra con retoques ni titulares complacientes.
