KIRCHNERISMO, LA HERIDA QUE ARGENTINA DEBE CERRAR

El kirchnerismo no fue un simple ciclo político. Fue, ante todo, una herida abierta en la historia argentina: un modo de concebir el poder que colonizó instituciones, degradó la Justicia, convirtió la corrupción en política de Estado y fracturó a la sociedad en “ellos” y “nosotros”. Una cultura de impunidad, saqueo y manipulación que todavía sangra en la memoria colectiva.

Durante dos décadas nos quisieron convencer de que el kirchnerismo era inclusión, derechos humanos y soberanía. La realidad mostró otra cosa: bajo el disfraz del progresismo se escondió un sistema diseñado para beneficiar a una elite política y empresarial, mientras millones de argentinos eran condenados a la pobreza estructural.

El kirchnerismo no gobernó: se blindó. Usó jueces adictos, fiscales militantes y una Corte presionada para garantizar impunidad. Instaló el clientelismo como herramienta de control social. Hizo de los recursos públicos una caja personal y de los medios estatales un aparato de propaganda. Y, sobre todo, naturalizó la corrupción como si fuera un destino inevitable de la política.

Lo dije y lo repito: el kirchnerismo no dejó ningún delito sin cometer. No son políticos que se corrompieron: son delincuentes que llegaron al poder. Esa es la esencia del modelo. No fueron excesos aislados, sino un sistema diseñado para delinquir desde el Estado.

Hoy, frente a los escombros sociales, económicos e institucionales que dejó, la Argentina tiene una tarea ineludible: cerrar esa herida. Eso significa decir Nunca Más a la impunidad, a la mentira como forma de gobierno y a la apropiación del Estado como botín personal.

El “Nunca Más” fue, en los años 80, la bandera contra los crímenes de la dictadura. Hoy debe ser también el grito frente a un proyecto político que, con otros métodos, atentó contra la República y contra la esperanza de millones.

Cerrar la herida del kirchnerismo no es un gesto retórico: es el inicio de un compromiso. Un compromiso para que las instituciones vuelvan a ser de todos, para que la política deje de ser sinónimo de privilegio y para que la corrupción no sea tolerada jamás.

La herida sigue abierta. Y si no la cerramos ahora, corremos el riesgo de que vuelva a infectarse y repetir la historia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio