LA CORRUPCIÓN COMO ADN DEL PODER EN ARGENTINA

En Argentina, la corrupción no es un accidente: es un sistema. Una maquinaria aceitada que atraviesa gobiernos, partidos, ideologías y generaciones. Es la verdadera constante de nuestra política, el hilo conductor que une a los distintos gobiernos.

La corrupción aquí no se limita a los bolsos con dólares o los contratos direccionados. Es un ecosistema donde el Estado se convierte en botín y el poder, en plataforma de enriquecimiento personal. Se roba desde la obra pública hasta el reparto de planes sociales, desde los medicamentos hasta los alimentos destinados a los comedores, sin obviar la discapacidad. Se roba tanto en la cúpula como en la base, desde los ministerios hasta los punteros barriales. Y no están solos: siempre hay un sector del poder judicial dispuesto a garantizar impunidad, y empresarios dispuestos a pagar coimas para mantener privilegios o ganar licitaciones. La corrupción es un triángulo perverso donde la política, la Justicia y el empresariado se retroalimentan.

El problema es que la corrupción argentina es estructural. No depende de nombres propios, sino de reglas no escritas: el que llega al poder, financia su permanencia a través de la caja; el que controla la caja, asegura lealtades políticas; el que reparte lealtades, compra silencio social.

En este panorama desolador, el gobierno de Mauricio Macri aparece como una excepción parcial. No porque haya estado exento de críticas o de casos polémicos, sino porque, a diferencia de sus predecesores y sucesores, no quedó marcado por un esquema sistemático de saqueo estatal. Con todas sus falencias, la gestión de Cambiemos no construyó un entramado de corrupción endémica, lo cual en Argentina ya parece un mérito en sí mismo. Quizás por eso mismo fue tan resistido por una parte de la política: porque alteraba las reglas de un juego donde todos se benefician.

En el fondo, tan grave como lo que se roba es lo que se destruye. La corrupción mata la confianza ciudadana en la democracia, erosiona la meritocracia, asfixia la economía productiva y expulsa talento. Es una enfermedad que impide que el país despegue, que nos condena a repetir la historia de frustraciones y crisis.

La Argentina no necesita solamente mejores controles: necesita un cambio cultural profundo. Un contrato social donde la ética vuelva a ser parte de la política y la transparencia, una demanda real de la sociedad. Sin eso, podemos seguir cambiando presidentes, partidos y discursos, pero el sistema seguirá siendo el mismo.

La corrupción no es un problema de “ellos”. Es un problema nuestro, de todos, porque la toleramos, porque votamos sin sopesar este flagelo, porque preferimos mirar para otro lado mientras el país se desangra. Y hasta que no lo asumamos, la Argentina seguirá atrapada en el laberinto eterno de su propia decadencia.

5 comentarios en “LA CORRUPCIÓN COMO ADN DEL PODER EN ARGENTINA”

    1. Creo que no votar nos perjudica, seria votar por el mal menor y x ahora sigue siendo La libertad, por que con los kukas es imposible que no caigamos en una Venezuela, ojala y es mi deseo que se aclare en la justicia este tema para poder votar sin sentir que tengo la soga al cuello, porque quiero que la corrupción deje de ser un problema. Alguien tiene que tener las manos limpias por favor, no quiero morirme sin ver algo limpio en mi País.

    2. Estimado Gabriel Pitchon.
      La democracia, creo, se mejora con mas democracia, mas compromiso y mas participación.
      Saludos cordiales.

  1. El gobierno del Dr. Raúl Alfonsín ha sido por lejos el gobierno mas decente, honesto y ético desde la reinstauración de la democracia en la Argentina. Es inobjetable.

  2. Mi comentario será utópico.Pero el día que los contribuyentes no paguemos impuestos por varios meses,se les acaba el baile.Pregunto,de que viven los políticos que hoy no tienen un puesto? Nadie los investiga? Saludos

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