LA INMORALIDAD PROGRE Y EL PERIODISMO DE LA MENTIRA

Varios referentes del progresismo local e internacional, y comunicadores que hace tiempo confunden militancia con periodismo, salieron a denunciar, con lágrimas de indignación, que Israel había asesinado al “periodista” Anas Al-Sharif en Gaza.

Con velocidad de rayo, los mismos que jamás se toman un minuto para verificar lo que repiten, llenaron redes y titulares con acusaciones graves, imágenes dramáticas y el relato prefabricado que ya todos conocemos: Israel mata periodistas para silenciar la verdad. Un libreto que funciona como un reflejo condicionado.

El problema es que la historia tenía un detalle incómodo. Uno que no encajaba en la narrativa romántica de “el reportero mártir”: Anas Al-Sharif no era solo un periodista. Era un miembro de Hamás. Un terrorista. Lo dicen las pruebas, los videos, las declaraciones, los propios canales de propaganda de la organización terrorista, los pagos de Hamás y la documentación sobre su entrenamiento, entre tantas otras.

Pero cuando la verdad golpea la puerta, muchos prefieren no abrir. Porque reconocerla implicaría admitir que repitieron sin filtro la propaganda de una organización que asesina civiles, secuestra niños y usa hospitales como cuarteles. Implicaría también preguntarse cuántas otras veces se tragaron la misma mentira.

Este caso expone dos problemas graves. El primero, la disposición automática de ciertos sectores a creer cualquier acusación contra Israel sin someterla al más mínimo contraste con la realidad. El segundo, la incapacidad de rectificar incluso cuando la evidencia es irrefutable. No hay disculpas, no hay corrección, no hay autocrítica. El relato vale más que la verdad.

En la guerra de la información, el progresismo selectivo y parte del periodismo militante han decidido que la verdad es negociable. Y cuando la verdad incomoda, la esconden debajo de la alfombra. Prefieren mantener viva la fábula del “periodista mártir” que contar la realidad del terrorista abatido.

No se trata solo de hipocresía. Es complicidad con una maquinaria propagandística que busca demonizar a Israel y blanquear a Hamás. Y esa complicidad tiene un precio: la credibilidad. Aunque, viendo cómo actúan, parece que ya la dieron por perdida hace rato.

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