En los próximos días el mundo será testigo de imágenes que serán imposibles de olvidar. El regreso a Israel, tras más de 2 años, de los 48 secuestrados que aún permanecen en cautiverio en Gaza estará cargado de una inmanejable complejidad emocional, felicidad por la liberación y dolor agudo por quienes volverán sin vida.
La alegría pura y visceral de verlos regresar al calor de sus familias. Abrazos que parecían un sueño imposible se harán realidad; padres que temieron lo peor volverán a sostener a sus hijos, y las lágrimas de alivio serán incontables. Este es un triunfo de la vida, un recordatorio de lo que significa luchar por la dignidad humana incluso en las circunstancias más oscuras.
En contraposición, veremos una mezcla devastadora de dolor, impotencia y duelo profundo de quienes mantenían la esperanza de que sus seres queridos regresasen con vida y lamentablemente han sido asesinados en cautiverio por terroristas palestinos. Esa esperanza que sostenían se transformará en un vacío irreparable al enfrentarse a la ausencia definitiva de quienes esperaban abrazar nuevamente. Este trágico desenlace despierta una ola de emociones: tristeza por los momentos que no pudieron compartir, rabia por la injusticia de la situación y una resignación amarga al aceptar una realidad que nunca imaginaron. Sin embargo, también emerge un deseo colectivo de recordar y honrar la vida de los que partieron, buscando consuelo en la memoria y la unidad familiar frente a una pérdida tan desgarradora.
Hablarán los testimonios de lo vivido: el horror del cautiverio, las humillaciones, el tiempo robado. Escucharemos historias que nos partirán el alma y nos harán cuestionar cómo es posible que seres humanos lleguen a infligir tanto sufrimiento a otros. Y más allá de lo individual, este evento nos confrontará con dilemas colectivos. Hablarán los analistas, los políticos, los vecinos. Se debatirá sobre los costos de los acuerdos que hicieron posible estas liberaciones, sobre las concesiones y los riesgos. Algunos señalarán que no hay precio demasiado alto cuando se trata de salvar vidas; otros expresarán temor por las consecuencias futuras. Este es el espejo de una sociedad con sus divisiones, pero también profundamente humana.
En última instancia, los próximos días serán una lección de complejidad emocional y moral. Nos recordarán que la alegría puede coexistir con el dolor, que la esperanza no siempre llega sin costo y que nuestras emociones, por contradictorias que sean, son el reflejo más genuino de lo que significa ser humano.
Tendremos la tarea de sostener a quienes regresan, de reconstruir juntos lo que se ha roto, de acompañar a quienes han perdido a los suyos y de abrazar todas estas emociones con la valentía que exige nuestra historia compartida. Porque al final del día, somos un solo pueblo.
AM ISRAEL JAI

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