LARRETA, EL DECORO PERDIDO

En política, el tiempo suele poner todo en su lugar. Y hoy, a la luz de los hechos, resulta inevitable preguntarse: ¿dónde quedó el decoro de Horacio Rodríguez Larreta?

No es nueva la tensión entre ambición y responsabilidad, pero Larreta parece haber roto cualquier límite razonable. Luego de haber gobernado la Ciudad durante ocho años —dejando una administración hipertrofiada y una pesadísima herencia, el ex jefe de Gobierno no solo no hizo autocrítica, sino que se propuso jugar a ser el arquitecto de un nuevo mapa político… desde el subsuelo.

Después del golpe que significó perder la interna presidencial del 2023, uno podría esperar un paso al costado, o al menos un silencio prudente. Pero no: Larreta redobló la apuesta. Ahora, envalentonado por sectores libertarios que ven en él una herramienta útil para erosionar al PRO desde adentro, aunque Larreta no pertenece más al PRO, ensaya una maniobra de pinzas que combina operaciones mediáticas, guiños a la vieja política y un armado con olor a naftalina.

La lógica es perversa y evidente: restarle votos al PRO, confundir al electorado y sobrevivir políticamente, aunque sea de prestado. 

En este escenario, el verdadero peligro no es Larreta en sí mismo, sino lo que representa: una forma de hacer política que se niega a morir. Una política de marketing, encuestas truchas y operaciones, sin convicción ni contenido. El tipo de política que el electorado castigó en 2023, pero que algunos insisten en revivir como un muerto vivo que todavía cree que puede ser presidente.

No se trata de pedirle a Larreta que desaparezca del mapa, pero sí que se haga cargo. Que explique que no pertenece al PRO. Que rinda cuentas. Que entienda que su tiempo pasó, y que el daño que dejó no se borra con una campaña de prensa ni con una alianza oportunista.

Si no puede recuperar el decoro, al menos que no insista en arrastrar consigo al partido que alguna vez ayudó a construir.

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