OCTUBRE ROJO PARA LA OPOSICIÓN: EL DÍA DESPUÉS DE LA NADA

La política argentina atraviesa una paradoja tan brutal como evidente: mientras la oposición se fragmenta, se pelea entre egos y juega a las escondidas con la realidad, Javier Milei avanza hacia una victoria que podría consolidarlo como el actor político más fuerte desde el 2003. Octubre se perfila, más que como una elección, como una paliza electoral anunciada.

No hace falta ser un analista sofisticado para verlo. Las encuestas marcan un dato lapidario: más de un 40% de los votantes no identifica un líder opositor claro. En un país acostumbrado a los personalismos, esa ausencia de figuras es el acta de defunción de cualquier proyecto alternativo. Y si enfrente no hay nadie, Milei no gana: arrasa.

El oficialismo, con todos sus problemas, sigue marcando la agenda. Baja la inflación, aunque sea a los tumbos. Anuncian inversiones multimillonarias, aunque queden dudas sobre su impacto real. Y cada discurso presidencial logra lo que la oposición no puede: instalar temas, condicionar debates y polarizar con un enemigo visible. La frase “hay que sacarlos a patadas” no solo es brutal en lo discursivo, también es eficaz: coloca al kirchnerismo como villano eterno y, de paso, le regala identidad a un gobierno que todavía está en plena construcción. La alianza con el PRO conforma una fórmula prácticamente imbatible frente a la nada opositora.

Del otro lado, silencio. O peor: discursos gastados, incapaces de interpelar a un votante que ya les dio la espalda. El kirchnerismo sigue atrapado en su laberinto judicial y su nostalgia de poder. El radicalismo juega a ser oposición responsable, lo que en Argentina suele traducirse en irrelevancia. Y los progresismos periféricos apenas consiguen agitar las redes sociales, mientras la calle y las urnas les son cada vez más esquivas.

Octubre será, salvo milagro, el acta notarial de esa impotencia. La paliza no será solo electoral, será política y cultural: un voto masivo de descreimiento hacia quienes, durante años, se autoproclamaron “alternativa” y terminaron siendo el vacío más grande de la democracia reciente.

Milei podrá gustar más o menos, generar adhesión o rechazo visceral. Pero frente a la nada, incluso el grito más desbordado se escucha como música. Y eso, en política, es medio partido ganado.

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