Hay que decirlo con todas las letras: el peronismo no es una ideología, ni un movimiento social, ni siquiera una maquinaria electoral.
Es un sistema de poder basado en una ingeniería de la mentira tan refinada que logra algo casi milagroso: delinquir a la vista de todos, y que los robados los defiendan como salvadores.
El peronismo es, esencialmente, el arte de disfrazar el delito de justicia social.
Donde hay corrupción estructural, te venden “redistribución”.
Donde hay clientelismo feroz, te hablan de “presencia del Estado”.
Y donde hay manipulación masiva, se abrazan a la palabra “pueblo” como si fueran sus únicos intérpretes legítimos.
No lo son. Nunca lo fueron.
Pero repiten el mantra hasta que una parte de la sociedad lo cree.
Y mientras tanto, siguen robando.
El reflejo inmediato ante cada elección es siempre el mismo:
“¿Cómo puede ser que todavía haya gente que vote a esta gente?”
La respuesta es incómoda, pero necesaria:
porque al votante peronista no lo corrés con la corrupción.
El peronismo convirtió la inmoralidad en arte político.
Logró transformar lo que en cualquier otro país sería escándalo, en identidad.
Donde otros ven delito, el votante peronista ve ataque.
Donde hay pruebas, ellos ven persecución.
Y donde hay cinismo, encuentran una causa.
Durante décadas, el kirchnerismo perfeccionó esa alquimia:
el ladrón se volvió “víctima del poder real”,
el enriquecido, “militante del proyecto”,
y el corrupto, “perseguido judicial”.
En esa lógica invertida, la ética no es un límite, es un estorbo.
La lealtad no se mide por los resultados, sino por la defensa del líder cuando está acorralado.
Y ahí radica su fuerza: no en la economía, ni en la gestión, sino en la emocionalidad.
El votante peronista no vota por transparencia ni por mérito.
Vota por pertenencia.
Por un “nosotros” que se siente agraviado cada vez que alguien menciona la palabra “corrupción”.
La crítica externa solo refuerza la identidad interna.
Cuanto más los acusan, más se abrazan.
La verdadera derrota del peronismo no vendrá de un juez ni de una auditoría.
Vendrá el día en que el votante peronista deje de sentir que defender a sus corruptos es defenderse a sí mismo.
Mientras tanto, seguirá vigente la máxima que define al peronismo desde hace más de medio siglo:
no importa lo que hicieron, importa a quién representan.
Y así, la inmoralidad seguirá siendo arte.

Tal cuál! No los podrías describir mejor! Nada peor que el peronismo, nada…o si, el islamismo, pero eso ya es harina de otro costal. Estoy segura que mí historia será la de muchas familias en Argentina, el día que ganó el Presidente Macri, mis hermanas dejaron de condirerame como tal…no te puedo explicar lo que pase, hasta que Diego Cabot saco la nota de los cuadernos de las coimas, ese día dije: yo tenía razón!.
Un abrazo!
Dani mejor explicado imposible!!! Excelente como siempre tus artículos, tus reflexiones!!!
A mi entender el peronismo o kirchenrismo se asemeja mas a una secta o religión.
Donde hay dogma no hay cuestionamiento ni pensamiento critico,
Donde hay dogma hay creencia ciega en el líder.
Donde hay dogma se defiende ciegamente.
Donde hay dogma se los sigue ciegamente.
Sus líderes lo saben muy bien…
Ayer fue Perón y Evita, Nestor y Cristina… quien ocupará el lugar de líder mesiánico esta vez?
Impresionante la claridad. Me encantan tus notas, siempre acertado y asertivo. Y siempre dejando la verdad al descubierto