¿QUIÉN REPRESENTA A LA COMUNIDAD JUDÍA ARGENTINA?

Durante décadas, la DAIA fue la voz institucional de la Comunidad judía argentina. En los momentos más difíciles, en los días más oscuros, supo ser una referencia: firme, clara, comprometida. Hoy, duele decirlo, ya no lo es.

La distancia entre la DAIA y buena parte de la comunidad judía es un hecho que ya nadie puede negar. Se siente en los actos, en los silencios, en las redes, en las conversaciones íntimas y en las discusiones públicas. Se siente, sobre todo, en la falta de identificación: la DAIA habla, poco o nada, pero cada vez menos judíos sienten que esa voz los representa.

¿Cómo se llega a esta pérdida de representatividad? No por un solo error, sino por una acumulación de decisiones. Por haber elegido durante años la lógica del poder antes que la de los principios. Por haber confundido la diplomacia con la tibieza. Por haberse vuelto más una gestora de relaciones institucionales que una defensora activa de la comunidad que dice representar.

En tiempos en que el antisemitismo se disfraza de crítica política, en que el odio circula sin freno por redes y medios, en que ser judío vuelve a ser motivo de agresiones, se espera algo más que comunicados cuidadosos. Se espera coraje. Se espera empatía. Se espera una voz que no llegue tarde, ni a medias, ni con cálculo. Es inadmisible semejante tibieza frente a tanto dolor.

Pero en lugar de eso, lo que se ve es una dirigencia preocupada por preservar su lugar en el organigrama, por quedar bien con todos, por no molestar a nadie. Una dirigencia que se mueve más por conveniencia que por convicción. Una dirigencia que, cuando se anima a hablar, ya no logra emocionar, ni conmover, ni interpelar. Solo dejar pasar.

Lo más grave es el ensordecedor silencio frente a la campaña desaforada de desinformación judeófoba que se vive en la Argentina. Mientras proliferan discursos de odio en los medios y en las redes, mientras se difunden mentiras que ponen en la mira a Israel y a cada judío por el solo hecho de serlo, la dirigencia comunitaria calla. Ese silencio no es neutral: es cómplice. Porque cuando la mentira avanza sin que nadie la refute, cuando el prejuicio se instala sin que nadie lo enfrente, el daño se multiplica. Y la ausencia de respuesta duele tanto como los ataques.

La pregunta ya no es si la DAIA representa a todos. La pregunta es si todavía representa a alguien. Y, sobre todo, si está dispuesta a escuchar ese reclamo cada vez más evidente: el de una comunidad que necesita menos protocolo y más coraje. Menos actos y más acción. Menos dirigentes y más líderes.

Porque el pueblo judío no necesita que hablen en su nombre. Necesita que hablen desde sus entrañas.

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