Argentina no se está llenando de influencers. Se está vaciando de ciudadanos. Lo que vivimos no es una simple moda: es una transformación cultural profunda. La farandulización ya no es solo una estrategia de poder. Es el nuevo idioma de la sociedad. Un lenguaje donde el grito vale más que el dato, el escándalo más que la verdad, y el chisme más que la idea.
Somos cada vez más espectadores de un show que no para. Vivimos pendientes del último cruce en redes, de la ruptura del día, del posteo viral. Todo tiene formato de telenovela: la política, la justicia, el deporte, incluso la tragedia. Nada se piensa. Todo se consume. Todo se comenta. Todo se olvida.
La farandulización de la sociedad no es solo un fenómeno de los medios. Es una forma de estar en el mundo. El mérito perdió valor frente al histrionismo. La formación frente al carisma. El contenido frente a la ocurrencia. ¿Para qué prepararse, si podés gritar más fuerte? ¿Para qué construir, si podés destruir con una frase filosa y un par de emojis?
Los políticos no son ajenos a esto, claro. Pero tampoco son la causa. Son el reflejo. Porque cuando la gente vota como si siguiera un reality, los candidatos se comportan como participantes. Milei no es la anomalía: es la consecuencia. La consecuencia de una sociedad que dejó de premiar la sobriedad y empezó a enamorarse del quilombo.
Nos acostumbramos a vivir en estado de espectáculo. El dolor se mide por cuántas views genera. La indignación, por el tamaño del titular. La vida, por los seguidores. Y en ese contexto, el pensamiento crítico no tiene lugar. La empatía, tampoco. Porque para que haya empatía, tiene que haber pausa. Y para pensar, tiene que haber silencio. Dos lujos que esta sociedad del ruido ya no se permite.
La farandulización es rentable. Pero es también corrosiva. Desgasta el tejido social. Erosiona los vínculos. Y lo más grave: infantiliza la democracia. Porque un pueblo que solo quiere entretenerse, es un pueblo fácil de manipular.
Argentina necesita menos panelistas y más ciudadanos. Menos acting y más contenido. Menos filtros y más coraje.
