Durante años se habló de Uruguay como un oasis de convivencia, una excepción en América Latina. Un país laico, tolerante, maduro. Pero esa imagen empieza a resquebrajarse, y no por motivos económicos o políticos, sino por algo aún más profundo: un antisemitismo creciente, cada vez menos disimulado, cada vez más peligroso.
La comunidad judía uruguaya, pequeña, pacífica, activa, viene advirtiendo hace tiempo sobre señales preocupantes. Ataques a instituciones, pintadas, discursos de odio en redes. Pero en los últimos meses, la situación se volvió insostenible. La violencia simbólica se convirtió en cotidiana. Lo que antes eran susurros marginales, hoy son gritos públicos. Y lo que antes eran opiniones vergonzantes, ahora son banderas que algunos levantan con orgullo.
En plena democracia, en un país de poco más de tres millones de habitantes, los judíos uruguayos viven con miedo. Porque hay quienes justifican todo con la excusa del conflicto en Medio Oriente. Porque ciertos medios disfrazan propaganda antisemita con supuesta “crítica a Israel”. Y porque incluso desde sectores políticos institucionales se permiten discursos que rayan el negacionismo o incitan al odio.
El antisemitismo, como siempre, no llega solo. No es un fenómeno aislado. Va de la mano con el deterioro moral de las sociedades, con la cobardía de los líderes, con la banalización del mal. Se alimenta de ignorancia, pero también de oportunismo político. Y sobre todo, de impunidad: la certeza de que atacar a un judío o a una sinagoga no va a tener consecuencias reales.
Uruguay, tristemente, no es una excepción. Es apenas el espejo donde también pueden reflejarse los peores vicios del continente. Y lo más grave no es que existan antisemitas: siempre los hubo. Lo más grave es que, hoy, se sienten cómodos. Se saben respaldados. Y no tienen miedo de mostrarse.
Por eso es urgente levantar la voz. Porque callarse no es neutralidad: es complicidad. Y porque el antisemitismo no es un problema “de los judíos”: es la antesala de sociedades podridas, de democracias débiles, de odios sin freno. Lo saben bien quienes miran la historia con honestidad.
Uruguay todavía está a tiempo. Pero el reloj ya empezó a correr.
